Los libros a la mochila y los contratos sobre la mesa (parte I)

Nos encontramos en plena batalla de los “Playoffs” en la NBA, donde los grandes equipos luchan por conseguir el anillo e inscribir su nombre en la historia del palmarés de la competición.

Luchas encarnizadas, que a casi nadie dejan indiferente, en las cuales solo existe lugar para los comandantes más perspicaces, valientes y vigorosos.

Y mientras estos transatlánticos de la competición están luchando por conseguir tal preciado cetro, hay una serie de equipos que se encuentran en un periodo, no deseado, vacacional prematuro.

Para estas franquicias menos agraciadas a la hora de sumar triunfos durante la temporada regular, es el momento de planificar la próxima temporada, de corregir errores del pasado y de gastar horas y horas en los despachos, colgados del teléfono. En definitiva, es el momento de comenzar a enderezar el rumbo y evitar futuros descalabros.

Uno de los pilares fundamentales para cimentar una excelente reconstrucción de la plantilla, es el Draft y acertar con su selección. Es ahí donde la institución deposita gran parte de su futuro e ilusión, en las manos de uno -o varios- pueriles jugadores que vienen de jugar contra chavales de su edad, sin experiencia profesional pero que despiertan un interés especial debido a que exhiben unas cualidades, y calidades, muy por encima de la media que tienen los jugadores pertenecientes a su misma generación.

Es por ese motivo, que iremos presentado en varias entregas, a algunas de estas futuras estrellas que provienen de la NCAA con un hambre atroz, y con el claro objetivo de hacer realidad sus sueños en la mejor liga del mundo.

Para la edición del Draft que tendrá lugar este verano, las previsiones de la primera elección sitúan a dos nombres en la pugna por ser llamado, de la boca de Adam Silver, en primer término.

Dos jugadores que, curiosamente han tenido trayectorias opuestas, en la liga universitaria.

Así que en este primer fascículo, presentaremos a ambos jugadores que se pelearán por conseguir el número uno en junio.

Markelle Fultz (Washington – 193 cms – 88 kgs): no ha pisado el “March Madness” ya que su equipo finalizó la temporada regular en penúltima posición habiendo ganado, únicamente dos partidos en la PAC-12.

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Ha promediado 23.2 puntos por partido, 5.9 asistencias y 5.7 rebotes.

Fultz es un “combo-guard” que presenta habilidades y físico elitistas, por partes iguales. Posee un cambio de ritmo y dirección frenéticos, debido a su brutal primer paso. De increíble creatividad, gracias en gran parte a su gran visión de juego, se muestra muy ágil y posee un control total de su cuerpo. Tiene un gran juego de pies y domina ambas manos.

Su amplio abanico de movimientos, le sitúan como un jugador difícilmente previsible a la hora de intentar detenerle.

Revienta las defensas con sus enérgicas penetraciones, las cuales finaliza con la vista puesta en el aro, o sabiendo encontrar al compañero mejor situado para lanzar.
No teme a lanzar desde la línea de tres puntos, aunque debe corregir y fijar su mecánica de tiro.

Exhibe un gran potencial con su tamaño y longitud. Esto le ayuda a ser un jugador muy duro, que muestra agresividad en ambos lados de la cancha, aunque aún tenga ciertas carencias de esfuerzo en el plano defensivo. Pese a este handicap, consigue sumar en todos los aspectos ya que también rebotea, tapona y roba balones.
Para completar todas estas características, presenta un alto nivel de competitividad y confianza.

Lonzo Ball (U.C.L.A. – 198 cms – 86 kgs): llegó hasta el “Sweet 16” de la locura de marzo donde Kentucky le apeó de su senda hacia la gloria. Pese a tal tropiezo, ha conseguido revivir el espíritu ganador de la universidad más laureada en la liga, que venía de sufrir varias temporadas en el más puro ostracismo competitivo.

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Ha firmado 14.6 puntos por partido, 7.6 asistencias, 6.0 rebotes y 1.8 robos de balón.

De las primeras cosas que destacan en él, son su altura, envergadura y tamaño para ser un base. Rozando los dos metros, se muestra como un auténtico líder sobre la cancha que dispone de una formidable visión del juego, a la hora de pasar, dirigir y jugar. Es muy rápido tomando decisiones, llegándose a anticipar a acciones de sus rivales.

Cuida muy bien el balón y es capaz de realizar pases de todo tipo, encontrando siempre, a ese compañero que está mejor situado para finalizar las jugadas.
Gozando de ese enorme control del balón, presenta un alto nivel IQ y se siente como en pez en el agua con el juego de transición.

Como base puro que es, sabe jugar sin la pelota en sus manos. Además combina la capacidad de lanzar desde la línea de triple con la de finalizar las penetraciones de manera potente. Llama la atención su mecánica un tanto ortodoxa.

Demuestra buena voluntad en el plano defensivo (fuerza muchas pérdidas de balón en sus contrincantes) y rebotea más que el resto de bases.

Sin ser exageradamente explosivo, se hace el amo y señor del encuentro cuando pisa el parquet, ya que pese a su juventud, muestra dotes de veterano.

Y para finalizar este informe de Ball, un apunte negativo, del cual él no es culpable al 100%. Es previsible barruntar, que por desgracia, todos los aficionados que estamos atentos a las noticias que surgen diariamente en la NBA, oiremos hablar más de las fanfarronadas que protagonizará su padre a lo largo de estos años, que no de las hazañas conseguidas por su propio hijo y auténtico protagonista sobre las canchas.

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